viernes, 1 de abril de 2022

UN CAMELLO EN EL DILUVIO

 Por. John Montilla

Por. John Montilla

Mi vecina, la peluquera tenía entre las cosas que decoraban su pequeño salón una llamativa artesanía: un hermoso camello tallado a mano sobre un angosto y redondo madero; quizás de unos ochenta centímetros de largo. Desde la primera vez que lo vi me llamó la atención y las veces que pasaba por los servicios de sus hábiles manos, no perdía la ocasión para hacer los mismos halagadores comentarios de la figura. Creo que me dijo que lo había obtenido por un buen precio de un artesano que pasó por su negocio. Al hombre le cortaron el cabello y le compraron el camello. Alguna vez a manera de chanza le pedí a la peluquera que me lo regalara, por supuesto ella con un tono cordial me dijo que no.

 




Pero la noche del fatal diluvio que cayó en Mocoa y que ocasionó la tragedia, ella huyó como pudo junto a su familia, ya prácticamente con las lodosas aguas encima, no tuvieron tiempo de sacar nada de sus pertenencias; por supuesto el camello, - emblema de los desiertos- naufragó con la casa incluida.

A la madrugada después del desastre dueños y vecinos fueron testigos de cómo el lugar donde habían estado sus casas, se había convertido en una playa. Metros más abajo una señora de rodillas y con todo el dolor de su mundo deshecho daba golpes en el húmedo suelo, mientras gritaba al cielo sin consuelo: “Por qué no corrieron, Dios mío, por qué no corrieron.” Decían los vecinos que una familia entera se perdió allí; al parecer porque estaban encerrados con llave y en el caos y desespero de la noche no pudieron encontrarlas. No existieron en ese entonces palabras que pudieran servir de consuelo para la señora que castigaba con sus puños el barro. Ese barro que días después de pasado el desastre se convirtió en una suave arena seca, como esa en la que caminan de manera incansable los camellos.

Cinco años después recuerdo el dolor, el miedo, el desconsuelo, a los que se fueron, a las cosas queridas que se perdieron y hago un espacio en mi memoria para evocar también a los objetos simples que llenaban los hogares de nuestra gente, como ese adorno de madera, “símbolo de arenas eternas ”, que al igual que los cimientos de nuestro pueblo, se diluyó en la dolorosa noche del diluvio.

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John Montilla (31-marzo-2022)

Crónicas de Mocoa.

Jmontideas.blogspot.com


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