Por. John Montilla
"En todo hay una parte de todo." Anaxágoras.
ECHAR UNA MANO AL PRÖJIMO
El anciano, que por su aspecto se notaba
enfermo, estaba sentado en una silla de ruedas, bajo el tremendo sol de aquel
día, protegido por una gran sombrilla de color azul con figuras de cuadros.
Usaba una camisa que se parecía mucho al modelo de su sombrilla. Tenía a su
alcance una botella plástica de una bebida gaseosa llena de agua, que, a juzgar
por el clima del día, no debía estar fresca. Había colocado en el piso caliente
un viejo y grande sombrero negro, en el que los transeúntes y clientes que
salían del negocio frente al que se había emplazado le arrojaban una que otra
moneda, ya sea por lástima o movidos por sus generosos corazones.
El impacto de la escena también me motivó a ser
solidario y decidí hacer mi aporte poniendo algo de dinero dentro del viejo
sombrero, que se me asemejó un cuervo que se hubiera estrellado contra el piso
y hubiera muerto con las alas desplegadas y de cuyo buche hubieran brotado una
gran cantidad de monedas y billetes. Porque la recolecta de “frutos” del cuervo
había sido generosa ese día.
Una vez hice el aporte me retiré despacio y me
detuve un momento más para volver a contemplar la imagen del hombre tostándose
bajo el sol de esa mañana, y aproveché para tomar un par de fotografías. Estaba
en mis cavilaciones cuando de repente veo llegar a un hombre joven de aspecto
descuidado y sucio que se paró frente al anciano, lanzó una larga mirada
profunda a la figura bajo la sombrilla y luego detuvo su vista en el sombrero.
El hombre cuyos zapatos, pantalones y camisa de manga larga se veían manchados
por el barro, pareció dubitativo frente a la figura encogida en la silla de
ruedas. Una sospeche pasó por mi mente. Pensé que tomaría el “cuervo negro
muerto” y se marcharía con el a cuestas. ¡No puede ser! -me dije- ¡Lo va a
robar!, pero para mi sorpresa. El hombre metió su mano izquierda en el bolsillo
de su pantalón, sacó un billete, lo echó dentro del sombrero y siguió su
camino. Y cuando él dio la vuelta, fue entonces que me percaté que le faltaba
su mano derecha. El hombre acababa de dar una lección de cómo echar una mano al
prójimo. Una prueba de que hay esperanza en la humanidad.
J.M (31-I- 2021)
NÍÑA DE CABELLO CORTO
La vi en el otro lado de la calle y la llamé. Ella es una chica de unos 12 o 13 años, se acercó y me saludo con un “hola, profe”, le pregunté que qué hacía a esas horas de la noche fuera de casa, me dijo que estaba esperando a alguien. Noté que tenía sus gafas empañadas por la leve llovizna que estaba cayendo, su cabello corto, casi de un corte masculino, estaba también brillante por la humedad. Le recordé que había restricciones para que la gente no saliera de casa y le hice notar que también debería tener puesto un tapabocas. Me miro de forma apenada y respondió que lo había olvidado por salir rápido de casa a hacer una vuelta. Luego pasé a la razón que me había motivado llamarla:
Le pregunté qué porqué había abandonado las clases virtuales, y le expresé que lo lamentaba porque en el poco tiempo que trabajamos de manera presencial había demostrado ser muy buena estudiante. Me dijo que había tenido inconvenientes familiares y eso la había obligado a desistir. Se sacó las gafas y las limpio un poco entre sus ropas, por alguna razón la asocié con un gato limpiándose los bigotes.
Luego le dije, que sabía que no había entregado aún el computador que
le prestaron en el colegio. Me miró con ojos inocentes y me dijo que lo había
llevado a Bogotá, que desde allá había estado tomando las clases, pero luego
tuvo que regresar con premura a casa y lo había dejado allá. Le enfaticé que
tenía la obligación de entregarlo, me respondió con un “si, profe, yo lo sé,
cuando regrese a Bogotá lo voy a traer”, en esas estábamos cuando apareció la
persona que estaba esperando, y la llamó: Otra chica un tanto mayor que ella. La
niña de cabello corto se despidió, y ambas se fueron caminando rápidamente por
la calle silenciosa, la brisa agitaba tenuemente una sola melena. Espero poder
volver a verla un día de estos.
J.M (25-I-2021)
Hoy no
sabría decir quién era, y creo que hasta es mejor que se haya perdido de la
memoria de la gente, para de alguna manera no alterar su descanso eterno. Lo
poco que tengo en la mente de este singular personaje lo voy a consignar aquí:
Recuerdo que le decían “el panadero”, y creo que siempre andaba pasado de copas;
de niños nos habían enseñado a tenerle miedo a los borrachos por eso corríamos
a escondernos con la algarabía de “allá viene el panadero”, cada vez que lo
veíamos venir gritando por las viejas calles de antaño llenas de piedras y
tierra. Una de las cosas que lo caracterizaban y que nunca olvidé fue sus
singulares arengas a grito vivo en la calle.
Hoy
puedo decir que fue un liberal hasta los tuétanos porque siempre se le
escuchaba este enérgico pregón: “Que viva el partido liberal.” El cual iniciaba
con una especie de aullido estilo Tarzán. Pero de un Tarzán no de copas de árboles
sino de aguardiente. Creo que nunca le
escuché decir a voz en cuello una mala palabra. Alguien me contó que a él
podría gustarle el aguardiente todo el año, pero que en semana santa se
mantenía sobrio y asistía a todas las celebraciones religiosas,
y que una vez pasaban las fechas sagradas de vuelta a las andadas; como quien
dice el que peca y reza empata; me atrevo a fantasear que debe de estar en el
“PANaiso” que me imagino es a donde deben de ir los buenos panaderos cuando
descansan en “pan”
También me dijeron que a veces solía
ponerse en la frente un billete impregnado en alcohol para que le calmara su
dolor de cabeza - supongo que el guayabo debía ser mucho y el billete debió ser
de muy poco valor - Pero el grito de combate que tengo grabado en mi memoria,
es una frase que bien podría ser gritada por muchos. Nunca supe la razón de su
despreció por esta tierra, quizá en sus delirios de alcohol vislumbraba
imágenes caóticas y su experiencia de vida le daba sus razones. Repito, nunca
se supo, pero su frustración la escupía con esta lapidaria frase: “Vergüenza me
da vivir en este cagadero.”
Perdóneme
señor “panadero” por escarbar su memoria.
J.M (23-II- 2021)
Por
la cancha de la Villa Olímpica de Mocoa se han paseado notables ídolos del
fútbol colombiano, pero cuando ya estaban retirados. Entre los cuales recuerdo
a Willinton Ortiz, “Chicho” Serna y Arnoldo Iguarán entre otros. Pero uno que vino joven y que luego se volvió famoso fue
el recordado Usuriaga quien deleitó a los aficionados con sus regates y
velocidad cuando la selección juvenil de Valle enfrentó a la selección
Putumayo. De ese memorable encuentro recuerdo que al final un periodista local
al hacer la entrevista a la figura del partido lo llamó “Palomo” y él antes de
responder, le replicó: “No me diga palomo, dígame vasco”. Es una pena no tener
la evidencia en la que Usuriaga rechaza el apodo que lo hizo mundialmente
famoso. Tiempo después constaté que su
apellido tiene raíces con ciertas regiones españolas lo que le da sentido a su
petición. Pero como el apodo no lo escoges, sino que te lo ponen. Con ese se
voló a la eternidad. Leí no hace mucho
que su hija está buscando historias de su padre, trataré de hacerle llegar este
episodio.
En
el Clarín de Buenos Aires hay un buen artículo que le hace memoria.
J.M (12-II-2021)
ADIOS A DOÑA
MARINA
En unas pocas
líneas pretendo hacerle un breve homenaje y agradecerle por todo lo que en su
vida hizo por nuestro barrio. Quizás me quede corto en palabras, pero de ella
tenemos el recuerdo de una mujer que durante mucho tiempo fue una líder
destacada de nuestra comunidad, por supuesto fue una excelente vecina; un alma
solidaria con un extraordinario buen corazón. A quienes tuvimos la fortuna de
conocerla nos quedan esos gratos recuerdos y ahora nos queda la nostalgia de
que nuestros viejos fundadores del barrio poco a poco nos van abandonando y
sólo nos queda el recuerdo de los episodios vívidos. La recuerdo a ella y a un
viejo árbol de limón que había en su casa, y cuyas ramas salían a la calle por
encima de los muros que encerraban la vivienda. Cuantas veces fuimos a
hurtadillas a cosechar de esos limones, con varas que agarrábamos de los cercos
de los vecinos, y cuantas veces, ella nos llamó la atención por la bulla que
solíamos hacer con nuestros juegos de niños en el callejón que se formaba en la
esquina de su casa. No creo que todo el mundo haya podido jugar alguna vez en
un callejón, pues bien, gracias a que ahí estaba su casa; nosotros si pudimos
jugar en un sitio así. Cuantas memorias guardan esas cercanas paredes de ese
callejón de nuestra vecina, nos queda a nosotros guardar eternamente la memoria
de ella.
También
recuerdo sus maratónicos encuentros de parqués con sus vecinos. Quedó grabado
en mi memoria, un lejano ya, 31 de diciembre en que un cuarteto, incluido mi
padre, inició una partida de parqués en horas de la tarde y siguieron de largo
hasta que los agarró el año nuevo. Pararon un momento para saludar a familiares
y amigos que llegaban hasta la mesa a darles el abrazo de año nuevo y luego
siguieron de largo jugando como hasta las nueve de la mañana del primero de
enero, mientras la vecindad seguía la parranda. Las apuestas de ellos eran
simples monedas, ganas de pasar el tiempo. Pero el tiempo, ya ha pasado
demasiado, y de aquellos legendarios jugadores ya muy pocos sobreviven, imagino
la tristeza cuando se enteren de que el juego ha vuelto a descompletarse una
vez más. En el juego de la vida esta vez le tocó el turno de perder a doña
Marina. Gracias por haber hecho parte en el tablero de nuestras vidas. No seré yo quien le cuente esta triste noticia a
mi anciano padre.
Un abrazo solidario a su familia.
J.M (2-V-2021)
VOLVER AL BARRIO PARA LA
DESPEDIDA
“Antes de morir espero plantar
un árbol en esa esquina.” Dijo el profesor Leonel Rosas, apuntando con su mano
el lugar mencionado. Por un instante pensé en que lo impredecible de la vida,
quizá nos podía quitar la oportunidad de ver ese sencillo hecho. Estábamos en
el frío de la noche charlando frente al polideportivo del barrio, al otro lado
de la calle estaba el altar que la familia había instalado en memoria de Alfonso
Libardo Checa. La urna con sus cenizas, un retrato enmarcado y los ramos de
flores que le habían enviado estaban en el andén de la casa de sus padres. Su
fotografía miraba a nuestra ya deteriorada cancha de microfutbol, en la que
años atrás tantas veces jugó Alfonso, “Libo” le decíamos sus amigos en ese
entonces.
Él fue siempre fue un buen
deportista y por eso lo estábamos recordando las personas que nos reunimos a
esa hora para darle la última despedida en el barrio. Recordaba el profe Leonel como hace varios
años él junto con otros vecinos pusieron la primera piedra un lejano sábado en
que los agarró tremendo aguacero, pero que a pesar de esa eventualidad no
pararon en el afán inicial de construir una cancha para que jugaran los niños y
jóvenes de nuestra comunidad, porque antes de tener esa cancha en concreto,
jugábamos en una sencilla cancha de arena, de mucha arena pues en ese entonces
el río Mocoa pasaba a escasos metros de allí, cuantas veces los balones salían
disparados directo al agua y por supuesto aprovechábamos el ir tras de ellos
para darnos una zambullida en las otrora claras y limpias aguas del río. En esa
cancha Alfonso jugó tantas veces; se podrían hablar de mil cosas de su vida, pero
la melancolía del momento había derivado la charla sobre ese tema. Pero no sólo
nosotros recordábamos ese detalle, otro amigo del barrio así lo expresó en sus
redes sociales.
“Hoy recibí la triste noticia de la partida de mi amigo Libardo Checa
con quien tengo bellos recuerdos desde niño cuando cursamos tercero de primaria
y la cantidad de veces que nos divertimos jugando fútboles descalzos en la
cancha de arena de nuestro barrio y todos esos juegos de la época.”
La realidad del momento nos tenía aquí congregados, nuestro vecino de antaño había perdido la batalla contra el mal de este siglo. Su hermano con nostalgia nos relata como fueron sus últimos días, la emoción lo embarga al recordar como se sintió una tarde en que fue a dejarle unas medicinas y vio en sus ojos el gris de la derrota, dice que se mostró fuerte en su presencia, pero que al alejarse de la casa no pudo evitar el llanto en la calle por la impotencia de no poder hacer nada para ayudarlo.
La lucha se había perdido, y sólo les quedaba el convencimiento de que su ser querido se marchó asistido por manos celestiales y el consuelo del regreso al lugar donde de niño fue feliz, un breve retorno a los orígenes, un regreso a la casa paterna, un volver al viejo barrio para decirle adiós. Nosotros sentíamos lo mismo, era necesario una despedida. Dijo el profesor Leonel, “Por prevención, este es al único funeral al que he asistido, pero yo también viví en este barrio y sentía el deber moral de venir a despedirme.”
Espero que el profesor Leonel siembre, no uno, sino dos árboles frente a la cancha; uno para cumplir su promesa y otro para honrar la memoria de Alfonso Libardo.
J.M (12-mayo-2021)
Textos: John Montilla e imagen 1.
Fotografías tomadas 2,3,4 y 5 tomadas de internet y facebook.
jmontideas.blogspot.com (6- mayo-2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario