Por. John Montilla
"No te preocupes, estoy bien." Miguel Ángel Juagibioy Carlosama
El “Tigre Huasca” una mítica obra de la imaginación mezcla de felino con frágiles alas de mariposa o libélula quedó, pero su creador tristemente voló en cenizas a la eternidad. Miguel, se llamaba, pero sus amigos más cercanos en la edad adulta le decíamos “el cacique´, el apodo vino porque era un aficionado a escuchar la música del cantante vallenato conocido como “El cacique de la Junta”, aunque también le cuadraba por aquello de sus raíces indígenas. También algunos de sus amigos solían decirle “El cacique mochorongo”, o simplemente “Mochorongo” que fue adaptado del título de una jocosa canción paisa.
Aunque hubo una época de la
niñez en que le decíamos “Flitas”, porque así le llamaba él a las papas fritas.
Mucha gente del barrio se ganó de apodo una palabra particular de la infancia.
A un amigo le decimos “Tufi” porque cuando era niño solía decir: “Quiero tufi”,
por decir “quiero café”. A otro que cuando lo llamaba la mamá, solía responder:
“catoy”, por decir “acá estoy”, se quedó con el sobrenombre de “Catoy”. Esos
fueron parte de los tiempos felices de la infancia de Miguel, quien luego
creció, y se hizo un chico robusto, y pasó a ser también nombrado como
“Miguelón.
Miguel o Miguelón, se volvió
un aficionado al arte y color, y en una persona leal con sus amigos y con
quienes compartían sus ideales y gustos. Gran seguidor del América de Cali.
Tanto así que siempre recuerdo, la lejana fecha de un día de carnaval, cuando
ya íbamos de regreso a casa después de un largo día de diversión cuando él miro
que había una pelea, en la que tres individuos le estaban dando una paliza a
otro que estaba vestido con una camiseta roja. Él gritó: “Oigan, están cascando
a uno del América, y sin preguntar razones se metió a defenderlo.”
Años atrás era así: impulsivo, y muchas veces le ganaban las
emociones. Un amigo recuerda un incidente de épocas pasadas: “Íbamos como tres
motos en horas de la noche para el puente metálico en el Río Mocoa, allí había
un bailadero, pero en esos tiempos la vía era más oscura, y Miguel que iba
adelante se topó con un taxi que estaba dando la vuelta en medio de la vía. Por
el frenazo y el golpe secó en el costado del vehículo, el salió volando por
encima del taxi y cayó al otro lado, nosotros corrimos a auxiliarlo, pero él se
levanto rápido y su primera reacción fue ir a buscar al chofer para reclamarle
y armar camorra, por el gesto imprudente en la vía.” Por supuesto sus acompañantes
habían intervenido para que el suceso no pasara a mayores complicaciones. Pero al margen de
esos esporádicos episodios, fue hombre noble y siempre dispuesto a echar una
mano solidaria a los demás. Casi nunca le decía que no a una propuesta ya sea
de trabajo o de diversión. Se podía
contar con él en la buenas y en las malas.
La pérdida de esa nobleza de
corazón, fue lo que nos llenó de tristeza cuando Miguel abandonó este mundo por
culpa de la pandemia de este siglo. El paso de los años lo había vuelto una
persona más sensata, prueba de ello, es el relato de otro amigo que cuenta, que
tuvo un altercado con otro que se marchó y que entonces la había emprendido
contra Miguel, quien observando pacientemente y con misericordia de hombre
sabio había dicho "yo estoy bien, seguí peleando con vos mismo". Su
tranquilidad, también se puede evidenciar con la frase que soltó después de que
un funcionario del acueducto le advirtiera que le podían cortar el servicio de
agua por estar atrasado en el pago de la factura: “Les voy a fundir esos
cincuenta centímetros cuadrados donde está la llave de paso con dos mil bultos
de cemento para que dejen de joderme la vida.”
Pero quien llegó fregarle la
vida fue la pandemia. La desgracia tocó y entró por la puerta de su casa, justo
para las fechas del carnaval. Los días de alegría y color de tantos años atrás
se tiñeron de oscuro y la obra que con entusiasmo había empezado, iba a quedar
inconclusa. La última vez que tuve la fortuna de verlo, estaba pintando su
“Tigre Huasca”, hablamos a prudente distancia y manifestó que se sentía con un
poco de malestar pero que tenía que seguir trabajando porque el plazo de
presentación de los trabajos estaba por cumplirse. La fatalidad no permitió que
Miguel terminara su trabajo.
El “Tigre Huasca” perdió a su
creador, pero luego no faltó la solidaridad de quienes adoptaran esta obra
huérfana para cumplir con el deseo de su dueño de presentarla al público, que
es la razón de ser del artesano del carnaval: Hacer que la gente se divierta y
entretenga con sus creaciones. Manos amigas se unieron para ponerle color al
gris de la pena y darle el colorido final. Su hermano, con la tristeza que
embarga su ser así lo manifiesta: “…es fuerte saber que en esta obra dejaste tu vida, sólo
la abrazamos y lloramos como si estuviéramos abrazándote a ti. Es fuerte saber
que tu ausencia lastima.”
Y al final, a su hermano Robinson le quedó esa
tranquilidad de haber cumplido con la última voluntad artística de Miguel: “Hay
que entregar esa obra.” A su familia, le queda el consuelo de que doña María su
madre, si pudo ganar una batalla más de la vida. Y a sus amigos nos quedaron
sonando las palabras de la fe que nunca perdió: “Pronto voy a regresar.” Su
hermana Esperanza – su nombre encaja poéticamente perfecto aquí- me dijo
cierta tarde de nostalgia, “Yo hago de cuenta que se fue de viaje.”
Buen viaje amigo Miguel.
John Montilla. Texto. Imágenes proporcionadas por sus familiares y amigos.
jmontideas.blogspot.com
(22-III-2021)
Excelente relato, como vecina de Miguelón puedo dar fé de su nobleza y entrega, felicitaciones por tan bello homenaje profe.
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