Por. John Montilla
“Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde
un pozo.”
Antoine de Saint-Exupéry
La madre de don Raúl, mi vecina, como la gran mayoría
de las personas de mi barrio fue una mujer humilde, y cuando yo la vine a
conocer de niño, ya era una anciana, que se había traído de su tierra natal el
arte de hacer sombreros de paja toquilla. Siempre me sentí atraído por el
colorido de sus sombreros y por la habilidad que conservaba para elaborarlos
pese a su edad; pero sobretodo tengo grabado en el recuerdo la cantidad de
flores que tenía en su patio y en el frente de su casa. Algunas de las flores
que ella sembraba no las he vuelto a ver nunca más, es posible que también
hayan desaparecido para siempre. Tampoco puedo olvidar un hermoso árbol de
naranjas que tenía en su solar y por supuesto del cual tantas veces disfrutamos
aprovechando que los linderos de los solares estaban divididas por matas de
flores. Nuestras fronteras estaban llenas de colores y naturaleza, hoy nos
separan las rejas y las paredes de cemento.
Cerca del barrio pasaba una pequeña quebrada en medio de potreros,
montes y sobre todo de una mata que llamábamos “ajenjible” (no sé si sea el
mismo jengibre, por lo menos, es muy parecida), salvo que la planta a la que me
refiero tiene una flor blanca de un olor extravagante que fácilmente te ponía a
estornudar. Lo cierto es que esta planta era muy abundante, y aprovechando de
ella, y usando piedras. Don Raúl represó la tranquila quebrada, de lo cual
resultó un hermoso, aunque poco profundo pozo para nadar. Don Raúl lo
construyó, pero los niños de aquella época lo disfrutamos.
Con ocasión de este escrito fui a visitar la quebrada,
aproveché para preguntar su nombre, tantos años pero me encuentro en que nunca
supe cómo se llamaba; algunos vecinos me dicen que se llama Piñayaco. La vista
ahora es triste, fue desviada un tanto de su cauce, y donde alguna vez quedó “el
pozo de don Raúl” es ahora una planada rellena de material de río, la cual es
aprovechada por muchos paisanos para tomar clases de conducción de carros y
motocicletas y de vez en cuando se usa como parqueadero de ferias y por
supuesto ahora está contaminada y
algunos pececillos luchan por sobrevivir.
Quebrada Piñayaco, estado actual. |
Esa quebrada que antaño disfrutamos solía tener una fauna que no he visto en otro lado: Era el hábitat de un minúsculo caracol de color negro, mojarras y sorprendentemente había una especie de camarón, mis amigo les llamaban “ajices” (por decir “ajíes”, en ese tiempo no sabíamos gramática) porque al freírlos se ponían de color rojo. Yo solía pescarlos para irlos a cambiar por lectura; había una señora que a cambio de ellos me prestaba revistas. ¡Cómo no amar esa quebrada que me daba felicidad! … nada de eso existe ahora, al pozo de don Raúl quedó sepultado en el olvido.
Y de repente las circunstancias actuales me pusieron en una situación casi parecida, debido a la pandemia mis padres están aislados en una casa finca, y cerca del lugar pasa una pequeña quebrada y nos hemos dado a la tarea de construir un pequeño pozo para que jueguen nuestros niños, hemos estado removiendo piedras para ahondar el espacio e ir represando el agua. Cada piedra que sacó con mis manos es como escarbar un poco en los gratos recuerdos de mi niñez y cuando comenzamos dicha labor trataba de imaginar los pensamientos que tuvo don Raúl cuando construyó su pozo de antaño.
John Montilla. Texto e imágenes
jmontideas.blogspot.com
20-octubre-2020
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