Por. John Montilla
“El sueño es un arte poético
involuntario.” Kant.
Cierta noche soñé que
estaba participando en una singular competencia, y ya estaba entre los
finalistas, la última prueba consistía en correr hasta el río, y formar con
piedras un conejo de un tamaño grande y luego correr de regreso a la meta
cargando las piedras para armar la figura ante el jurado: Ganaría no sólo quien
llegué primero si no quien presente la mejor imagen.
Mi contrincante era una
dama, ambos llegamos casi que iguales a la orilla del río y comenzamos a buscar
las piedras más apropiadas para darle la forma a la figura requerida.
Para las patas traseras
agarré dos piedras de forma alargada y sobre ella monté una casi cuadrada que
tenía una protuberancia que bien podía servir para la cola. Acto seguido busque
otro par de rocas para las patas delanteras, procuré hallarlas más largas
porque quería mostrar la imagen como si el animal estuviera agarrando una zanahoria;
a toda prisa corrí por entre un cúmulo de piedras y elegí las más apropiadas, y
por suerte encontré una casi que perfecta que podía servir como cabeza, después
completé el cuerpo con otra piedra proporcional al tamaño de la figura que estaba creando . Agarré un par de piedras planas y alargadas para las orejas, sólo me
faltaba la zanahoria y luego a correr.
Estaba tan concentrado
en lo mío que no había reparado en lo que hacía mi rival, que al igual que yo,
también estaba armando la figura en la arena y también estaba cerca de
terminar. Entonces me di cuenta que había elegido para su figura unas piedras un
tanto más pequeñas que las mías. Deduje que la carrera de regreso, me iba a
resultar más difícil. Calculé que quizá tendría que cargar en promedio unos 25
kilos de peso.
Por tanto, decidí
afanarme en encontrar la piedra que me faltaba, cuando la encontré opté por llevarla sin siquiera medirla en la figura que estaba armando. Metí todo lo que
había recogido en el saco que nos habían dado, me lo eché sobre los hombros y
salí corriendo; de soslayo alcance a ver a mi contrincante aún buscando entre los
montones; tenía que aprovechar la pequeña ventaja.
Al poco rato pude
percatarme que mi adversaria, ya venía atrás, pero yo ya tenía avanzado un buen
trecho, si mantenía ese ritmo a pesar de la fatiga del peso que llevaba, tenía
muchas posibilidades de conseguir la victoria. Aunque la meta aún estaba muy distante.
La carretera, por la que íbamos se veía desolada, no se veía ni un alma por los
alrededores, y por extraño que pareciese, la tarde caía, y las primeras sombras
de la noche se hacían evidentes. La competencia se teñía de un aspecto lúgubre.
Pero yo llevaba la delantera y eso era lo que me importaba en ese momento.
De repente, de la nada
apareció una motocicleta, lo supe por el ensordecedor ruido a mis espaldas, y a los
pocos segundos el rayo de la luz frontal dibujaba mi sombra en la carretera, y
pude más que ver, adivinar que mi contrincante se había montado en ella cuando
pasaron junto a mí como una exhalación en la ya oscura vía, y en un santiamén se perdieron
en la distancia. Mientras yo resignado pese a todo, decidí continuar el recorrido.
Pero, ¡Oh sorpresa ! ,
pasos más allá, me percaté que se le había caído una de las piedras a mi rival,
la recogí, la eché en mi saco, y en la oscuridad de la noche proseguí la marcha
con mi carga a cuestas, animado por la curiosidad de ver cómo registrarían el grito de la victoria.
Imagen Pixabay |
John Montilla. Texto e
imagen N°.1 creada con fotografías tomadas de internet.
jmontideas.blogspot.com
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12- Julio- 2019
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