Por. John Montilla
“En memoria de Aldemar Bastidas,
un amigo de infancia.”
No podría decir con certeza
hace cuanto sucedió este episodio, sólo puedo anotar que ocurrió hace ya varios
años; tanto así que me sorprende aún poder conservar ese recuerdo y que hoy,
precisamente hoy se ha vuelto mucho más claro, porque me enteré que uno de las
personas que hicieron parte de ese capítulo de mi vida había fallecido.
Una lejana tarde de antaño
dos de mis amigos de barrio uno llamado Aldemar y otro Pablo, me invitaron a ir a buscar palos de palma
o guáduba para elaborar cometas, y de paso pedir frutas y sobretodo, pedir
cañas de azúcar a la finca de un pariente de uno de ellos.
En esos tiempos pelar una
caña y luego cortarla en trocitos y sentarse a chupar su jugoso néctar era toda
una delicia y una diversión por la que uno podía arriesgarse a hacerse
corretear por perros bravos o por enfurecidos dueños; por eso cuando se
presentaba la oportunidad de hacerse a unas cañas de manera fácil y sin ningún
tipo de dificultad; bien valía la pena
una caminada a una finca en la que podías agarrar a tu gusto uno de esos
manjares exóticos.
Pues bien, los tres no
fuimos a la finca de un primo, un tío, un padrino, o qué sé yo de Aldemar. Cuán
lejos me pareció ayer; hoy en esos
terrenos hay varias edificaciones construidas. No queda ni un vestigio de los
cañadulzales. Cuando estuvimos allá no se nos negó los pedazos de palma o
guáduba para nuestras cometas, pero tuvimos mucha más dificultad para acceder a
las apetecidas cañas, los dueños resultaron ser no muy generosos con los
productos que sembraban y eso que se veía por todo lado árboles frutales y gran
cultivo de cañas de azúcar.
Por mi parte, apenas
habíamos llegado a la casa de tablas de
la finca, ya le había perdido el interés a las cañas, porque había divisado
sobre una rústica y larga banca de madera un ejemplar sin portada de una vieja
revista de dibujos animados; en esos tiempos que no era tan fácil conseguir ese
tipo de tesoros, y en los que ardía por la pasión de leer ese tipo de textos,
lograr que me la presten aunque sea un momento, se convirtió en mi objetivo
desde el momento en que la vi.
La vieja revista sobre
la que yo había puesto los ojos era un ejemplar de “Periquita”, para quienes esto
sea nuevo les puedo contar que: “Periquita era una
traviesa chiquilla de 8 años quien era muy soñadora y casi siempre andaba muy
confundida, y era famosa por su humor suave y sus chistes visuales
surrealistas. Y quien dependiendo de la situación podía llegar a ser una niñita bonita, pícara y amante de la
diversión.”
Pues bien,
yo ya había enfocado mi plan en poder disfrutar de esa tira cómica, confieso años
después que de haber podido me la habría robado. Por eso en la primera oportunidad que se me presentó me
senté en la banca y de la manera más discreta que pude puse las manos sobre
ella y ávidamente comencé a ojearla, pero mis planes se vieron interrumpidos al
instante por mis amigos Pablo y Aldemar que me pidieron que fuéramos a
conseguir aquello por los que habíamos ido hasta allí. Con gran pesar por mi parte la dejé de nuevo
sobre la banca, pues los dueños de casa que nos habían ofrecido algo de tomar
estaban presentes y además también había hecho aparición un chico,
probablemente el dueño de la revista quien de manera atenta observaba lo que yo
estaba haciendo.
Así que no
tuve más opción que dejarla, muy a mi pesar, y seguirlos de mala gana, eso sí,
hice lo posible por dejarla en el rincón más disimulado posible, y cerca al
borde, rogando en mi interior para que cayera debajo de la banca para que nadie
la viera, y poderla encontrar al regreso, después de la búsqueda de las hojas de palma.
Al rato de
deambular por la finca, dimos con lo que
necesitábamos para elaborar nuestras cometas, y el dueño que nos había
acompañado a rondar por sus terrenos, nos permitió acceder a unas frutas, y
después de tanta insistencia había accedido a obsequiarnos una gruesa y jugosa
caña, que el mismo seleccionó y cortó con su machete, la partió en tres partes
iguales y nos dio a cada uno de a porción. Con lo cual decidimos que era hora
de regresar a nuestras casas.
Ya de
vuelta en la casona de la finca, volví a mirar con profundo interés la banca en
que había dejado la revista, pero ya no estaba, pensé que quizá había caído al
piso, y de manera disimulada como pude eché una mirada, pero tampoco había nada
en el suelo, alguien la había tomado. Y ya no teníamos tiempo ni de buscar al
chico, que quizá la tenía, ni mucho menos había tiempo para ponerse a leer, mis
amigos apremiaban por tomar el camino de regreso. Y me quedó para siempre la
frustración de no haber podido leer esa tarde.
Para el
regreso a casa, no repartimos la carga, mi amigo Aldemar llevaba las frutas,
Pablo los tres trozos de caña y yo llevaba las pedazos de palma. Y cuando estábamos
cerca de llegar a casa, se nos apareció como de la nada, el muchacho al que considerábamos
algo así como el “matón del barrio” y nos pidió que le regaláramos una caña,
por supuesto que nadie quería deshacerse de su porción y se lo hicimos saber,
pero a él poco pareció importarle y nos amenazó con “cascarnos”, si no le dábamos
lo que pedía, de un jalón le arrebato todas las cañas a Pablo, ante lo cual Aldemar que
era el mayor de los tres , lo enfrentó a pesar de que sabía que tenía las de
perder, y le increpó por el abuso, ellos se pusieron a forcejear por las cañas,
pero el matón salió triunfante, la pelea ya estaba declarada, y casi que con la
mirada nos pusimos de acuerdo en que teníamos que enfrentarlo los tres
juntos, y cuando ya estábamos decididos
a ello, nuestro amigo Aldemar, sacó algo que se quedó para siempre conmigo: su
NOBLEZA y nos dijo: “Muchachos, no vale la pena pelear por eso, esas cañas las
podemos volver a conseguir.” Y dándole la espalda al ladronzuelo, proseguimos
nuestro camino a casa en silencio. Cada uno con sus pensamientos, mis amigos
quizá pensando en las cañas perdidas, yo en la revista que nunca pude leer ese
día; y hoy muchos años después en que fue una fortuna haber tenido como amigo de infancia a
una persona tan noble y buena gente como Aldemar.
Una linda historia y que bueno recordar a Periquita yo también la lei junto con otras como Memín, el aguila solitaria, Kaliman, María en fin tuve la fortuna de que mi tia nos compraba cada 8 dias las revistas
ResponderEliminarYa no me acordaba de periquita, que agradable recuerdo
ResponderEliminarBuena historia profe..
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