Por. John Montilla
Eran las siete
de la noche cuando la niña, quizá de unos seis o siete años, apareció en la
esquina, llevaba en sus manos una bolsa con pan, se detuvo al borde de la vía
para observar con cuidado el tráfico antes de cruzar la calle. Muy atenta
miraba a los dos costados de la vía mientras jugueteaba con la bolsa de pan.
Cuando considero el momento adecuado, con una corta
pero precisa carrera atravesó la calle- justo antes de que pasara un
motociclista a una velocidad temeraria- Ya a salvo, la niña siguió jugando con
mayor intensidad con su bolsa, cuando de repente uno de los panes salió volando
de la bolsa, ella presurosa se agachó,
lo recogió y tras limpiarlo un poco en su camiseta, lo echó de nuevo en la
bolsa.
Acto seguido se fue dando animados saltos, pero unos pasos más adelante se detuvo y
comenzó a buscar algo entre sus ropas. Deduje que quizá perdió las vueltas de
la compra. Al no encontrar nada, tomó el
camino de regreso, pero por el otro lado de la calle; pensé que quizá iba hasta
la tienda donde compró a preguntar si le dieron vuelto o no.
Esperé unos minutos, porque estaba seguro que la
volvería a ver. Y sí, al poco rato volvió a aparecer en la esquina; ahora no
jugaba con la bolsa de pan, se la veía mucha más quieta y cabizbaja, pero de
nuevo alerta a cruzar la vía. Como la vez anterior con toda prudencia cruzó la
calle, y al llegar al mismo lugar donde antes se le había caído el pan, de
repente se agachó, recogió algo, dio un saltó de alegría, y entonces emprendió
una alegre carrera rumbo a su casa.
Mientras tanto, yo daba un suspiro de alivio desde el
balcón de mi casa.
John Montilla: Texto
y Fotografía con montaje incluido. (20-X-2018)
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