Por: John Montilla
La gente ya estaba reunida a su alrededor cuando me acerqué y pude observar en el centro del grupo a un hombre de rasgos indígenas de larga cabellera, con un moderno amplificador de sonido y un micrófono que le permitía tener las manos libres para maniobrar todos los objetos esotéricos que tenía desparramados con un determinado orden en el piso junto a una pequeña maleta de color negro.
Justo en ese momento el
culebrero estaba mostrando a la concurrencia un trajinado álbum de fotos en el
cual se veían imágenes explicitas de periódicos sensacionalistas, con grandes
titulares rojos. Alcance a ver la imagen de un hombre con una barriga
descomunal como si hubiera tragado un sapo gigante, creo que les decía que eso
no había sido fruto de una enfermedad sino de un maleficio y que el hombre había
logrado curarse gracias a la sabiduría de un chaman.
Por un momento me desentendí
del largo discurso que se echó sobre brujerías, maleficios, mal de ojo y otro
tipo de cosas similares mientras le iba mostrando a su público todas las
chucherías que tenía a mano; dijo que la magia roja era para atraer, la verde
para alejar, la blanca para hacer el bien y de la negra dijo con gran énfasis
que era para hacer el mal. Y por ese camino se metió de que así como hay el
bien, también existe el mal, e igualmente hay personas que nos quieren y otras
que no, y que para esos que nos desean el bien hay que abrirles nuestro
corazón, pero contra aquellos que nos
desean el mal debemos protegernos y que él había regresado quince años después a
este pueblo para demostrarles cómo hacerlo.
Acto seguido pide a los
presentes más interesados que le presten una moneda, un anillo, una llave u cualquier
objeto metálico pequeño. Un grupo significativo de personas accede a ello, con
lo cual logra “atar” ya, a un sector de la concurrencia. Su lengua es una soga
para sujetar oídos incrédulos. Le dice a
un niño que se ha sentado que se levante y se vaya a dormir a la casa. Cuenta con gran
elocuencia que cuando los hombres se toman una cerveza en un bar, a la hora de
ir al baño le echan porquerías en el licor. Habla del mal de ojo, de gente con
sangre pesada que marchita las flores con sólo tocarlas. Cita un clásico
ejemplo: “¡Señora le compro el perro! - ¡No se lo vendo! y que al otro día el
perro amanece muerto.” Les habla de cómo se preparan diversos tipos de bebedizos
con unos componentes casi imposibles. Su prodigiosa verborrea no se detiene.
Luego sacando un pequeño
recipiente de plástico les muestra un supuesto brebaje de un color oscuro que
tiene de ingredientes algo así como: “Cabellos de persona, sangre de gallinazo, lengua de sapo,
babas de suegra, tierra negra, lagañas de mala vecina, tierno corazón de
golondrina, pelos de aquí y de allá, , etc, etc.” Remacha diciendo que cuando
le quieren hacer el mal a alguien todas esas porquerías sino se las dan a beber,
se las van a enterrar con su nombre y fotografía en el cementerio. Y que por
tanto hay que estar protegido contra esos males.
Después el culebrero pone
los objetos que el público le prestó dentro de un vaso de vidrio con agua clara,
luego echa unas gotas del “sucio brebaje” dentro del vaso; al diluirse la
mezcla el agua se pone turbia. En seguida le pregunta a uno de los
espectadores si quiere tomar un poco,
obviamente la persona sorprendida se niega a hacerlo. Entonces el culebrero mete
un pequeño crucifijo y un amuleto en una bolsita de tela y lo introduce en el
vaso de agua oscura, y con mucho misticismo y convicción se pone a recitar una
oración en lengua indígena, algo así como: “ Guachi chamuri salvarati
chocha…echa noche e chango y echo chingo
ocha la noche con el chavo del ocho ...”
Luego le pide a una señora
que ponga el vaso de cristal en su mano, la mujer tímidamente da un paso al
frente y toma el vaso. El culebrero, le pide a ella que con una mano lo
sostenga y que con la otra lo cubra para
que el agua no se derrame y que de un
movimiento rápido le dé la vuelta y lo ponga de nuevo derecho. Ella así lo hace
y milagrosamente al instante el agua turbia se pone clara y trasparente. El
público esta maravillado de la sabiduría del culebrero.
Para intensificar su presentación,
le pide a alguien que abra una bolsa de agua
que tiene a mano y se tome un
sorbo de esa agua limpia y fresca, luego le pasa la misma bolsa a un par de persona más, a quienes les pide
que también se tomen un poco, y para reforzar la tranquilidad de las personas, él
también se toma su sorbo. Después, toma el frasquito de su oscuro brebaje y echa unas gotas dentro
de la bolsa; el agua lógicamente se torna turbia, y le pregunta a una atractiva joven del público si se anima a tomar un poco de esa agua, la
joven ríe nerviosamente mientras niega la invitación con un gesto.
Naturalmente, otros también se niegan a beber ese
desagradable liquido, acto seguido el
culebrero toma la bolsa de agua turbia y la va vaciando en el vaso que antes se
había aclarado y al ir echándola, ésta
al instante se va tornando cristalina, la gente sigue maravillada la
demostración, luego toma el vaso y rocía
un poco de agua dentro de la bolsa y esta también se torna transparente. El
hombre ya sudado y sediento por tanto discurso se bebe por completo el agua de la bolsa mientras
habla incansablemente de las maravillas del talismán dentro del vaso que es el
escudo contra los males divinos y
terrenales. Y entonces viene el punto central del asunto.
El culebrero sigue su
monólogo: “¿Cuánto vale ese mágico amuleto que te puede proteger de todos los males.” Empieza diciendo que su padre en
el Amazonas cobra 100 mil pesos sólo por la consulta, y 70 mil pesos más por el talismán, pero dice
que él no está allí para cobrar la
consulta, que únicamente va a cobrar lo del talismán. Es decir 70 mil pesos, le pregunta a todos los que le pasaron su moneda u objeto
personal si estarían dispuestos a pagar esa cifra y sólo una persona bien
convencida levanta la mano. Los demás permanecen expectantes, luego dice que no;
que él no va a cobrar esa cifra, que él
únicamente va a cobrar 20 mil pesos por la milagrosa piedra. Vuelve a preguntar
a las “personas que tiene atadas” a su presentación y sólo tres alzan la mano. Un
cálculo rápido, nos muestra que le convenía más, vender un solo amuleto en 70
mil pesos y no tres en veinte mil pesos.
Pero como buen comerciante,
remacha diciendo que no, que él tampoco va
cobrar esa cifra, mientras repite que su papá en el amazonas cobra 170
mil pesos, dice: “Yo a los que me
pasaron esos objetos con buena fe, sólo les voy a cobrar lo que valen cinco
cervezas, es decir 10 mil desvalorados pesitos.” Pregunta quién va llevar el talismán por ese
precio y está vez el resultado es mucho mejor: cerca de veinte personas levantan
la mano en señal de afirmación, luego procede a entregar el talismán de la
buena suerte en la mano derecha cerrada mientras que con la mano izquierda le pasan el dinero, al
mismo tiempo que pide que le digan: “Indio no te pago, sino que te regalo estos
diez mil pesos.” Y finaliza la entrega
con una oración en lengua desconocida.
Como el hombre ya se mueve en su terreno, vuelve a preguntar: ¿Quienes
quieren llevar el talismán y no tienen los diez mil para pagarlos?, unos pocos
alzan la mano, entonces el culebrero
dice: “Como mi intención es ayudarles entonces se los dejo a 5 mil
pesos.” Con lo cual consigue vender algo más. Para rematar su función ante la
expectativa de los que adquirieron el amuleto dice con voz profunda y llena de
convicción: “Yo sé quien de ustedes tiene una enfermedad venérea que no ha
podido curar en seis meses, se quien tiene un hijo desaparecido, se a quien le
están haciendo una hechicería, y a quien y con quien le están poniendo los
cuernos.”
El morbo de la gente crece
en atención, pero el culebrero afirma
que eso no la va decir en público, en vez de eso termina el acto invocando una oración y haciendo la señal de la cruz, la
gente lo imita. Luego dice que esas cosas son privadas, y que si quieren saber lo que tienen que hacer lo acompañen a su consultorio provisional en
un hotel de la ciudad. La gente que le compró el amuleto lo sigue, mientras su
ayudante recoge toda la parafernalia usada en el acto de pescar clientes. El
ayudante devuelve los objetos y las monedas a aquellos que no compraron el
amuleto y arroja por el piso del parque las monedas que sobraron en el vaso y
que nadie reclama. Una señora que presenció todo el espectáculo se siente
temerosa de tomarlas, pero una inocente niña recoge las monedas del suelo,
completa mil pesos y veo que sale corriendo feliz a comprarse un helado de crema.
Para terminar mi resumen de este típico suceso callejero, me atrevería
a afirmar que bien podrían los estudiantes de secundaría realizar un ejercicio
de química en el que manipulen algunas sustancias para obtener resultados como
en el acto del culebrero. También podría asegurar que el hombre no los estafó,
simplemente les ofreció FE y ellos compraron. Pero lo qué sucedió en la consulta privada con el culebrero, a mí
también me gustaría saberlo.
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores.
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