Por. John Montilla
Las remembranzas de una abuela
nos traen un episodio de aquellos tiempos en el que se cocinaba exclusivamente
con leña, en un fogón casero, construido de manera rústica con piedras o unos
cuantos ladrillos, y con una parrilla hecha con resortes de carro, pues antes se podía encontrar esos gastados hierros
tirados en cualquier parte.
Con la nostalgia de las palabras
viene a colación el recuerdo de ese delicioso
sabor del sancocho cocinado con leña en esas viejas cocinas, en las que también
se ponía la carne al humo para poder conservarla, pues por aquellas épocas
tener una nevera aún era un sueño. Nos dice la persona que nos regala este
episodio: “Mi abuela solía tener una gran colección de ollas negras por el
hollín que causaba el cocinar con leña, que a propósito eran grandes porque
tocaba preparar comida para los de la casa, que por lo general eran
muchos, también para la peonada cuando la había y no podía faltar un plato
extra para los forasteros:” En otras épocas según las palabras de la abuela en
mención: “ A nadie se le podía negar una taza de café caliente o un buen plato
de sancocho.”
Al igual que el diario vivir
y el trabajo, también la diversión se
adaptaba a las circunstancias; nos dice la colaboradora: “Mi abuela era oriunda
de Nariño, nacida en el año 1948. Cuenta que en su infancia se vivía de una
manera muy distinta a la de nuestros tiempos, que cuando se avecinaban los
carnavales de negros y blancos del 5 y 6 de enero , no se salía a la tienda a
comprar los tarritos de cosméticos de variados colores como los hacen
ahora, que los carnavales eran un
acontecimiento que se preparaba con anterioridad , que ella se metía a la
cocina a escoger las ollas que más tizne tuvieran ; las raspaba con una cuchara de palo o con lo que
tuviera al alcance para recolectar la mayor cantidad de hollín y con este
hacer una pasta con la que pudiera untar
en el rostro a todos sus amigos y vecinos de la población; que debido a la escasez
de dinero no lo mezclaban con aceite si no con la manteca de algún animal y en últimas simplemente con agua, y de esta
rudimentaria forma para el día de los
negritos ya se tenía listo el hollín o también el carbón bien triturado o raspado con
el que jugaban sin parar a ponerle la pintica negra a todo aquel que estuviera
en la calle, que esto se hacía de manera
respetuosa y sólo se veían caras negras y dientes sonrientes.”
La abuela anotaba con cierta
melancolía: “Esa era la manera más sana
de divertirse, y que esa es una tradición que se ha venido perdiendo con el
pasar de los años, quizás debido a las comodidades de la actualidad.” “…ahora
se ven gran variedad de cosméticos de colores que vienen empacados y listos
para ser usados, se pierde la emoción, no se imaginan lo divertido que era raspar
las ollas y recibir el regaño de las madres quejándose de que se las iban a romper si les quitaban todo el hollín;
luego preparar la negra crema para salir a correr por las calles con una bolsa
de carbón y con las manos y la cara
untadas a más no poder de esta mezcla y
ni imaginarse el baño después de tan anhelada fecha de diversión y risa.”
Termina la colaboradora agregando: “Mi abuela recuerda con alegría y
a la vez con nostalgia, dice que estos tiempos fueron los más bellos de su
infancia; que a pesar de la pobreza y la escasez, a nadie le faltaba su fogón con
su comida y por ende el hollín de sus negras ollas para la diversión.”
Colaboración de Yudi García
jmontideas.blogspot.com.co
(La última fotografía tomada de la página: La lógica de mi papá. )
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