sábado, 20 de mayo de 2017

CUAO

CUAO

Por. John Montilla


La lluviosa noche del 31 de marzo de 2017, los Patrulleros de la Policía Nacional, Desiderio Ospina y Gerardo Cuao se dispusieron a iniciar su turno de servicio como veedores de los derechos y libertades de los menores del Municipio de Mocoa, Putumayo, sin sospechar que habrían de enfrentarse a una de las jornadas más  tenebrosas de sus vidas. 

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Sus complicaciones, empezaron pasadas las once de la noche, cuando comenzaron a verse las  emergencias producto del desbordamiento de  casi todas las corrientes de agua que circundan al municipio de Mocoa. Una de las primeras misiones que cumplieron fue acudir al llamado de  auxilio  de una anciana que les pidió ayuda porque no podía abrir las puertas de su casa; los nervios le habían hecho perder las llaves, y dentro de la vivienda se encontraba otra abuela y un niño, quienes aterrados estaban tratando de salir, pero los candados y las aguas incontenibles los tenían atrapados. Ante esto los patrulleros Cuao y Ospina sacaron a relucir su pericia aprendida en el entrenamiento policial y mediante rápidas y eficaces maniobras lograron  poner a salvo a aquellas personas. Para hombres como ellos acostumbrados a situaciones extremas el asunto parecía cosa manejable, 
nunca llegaron a imaginar que el horror de esa  noche sería muy superior a sus fuerzas.

Momentos más tarde los dos patrulleros, junto a voluntarios de la comunidad auxiliaron a otras personas que se encontraban en situación de riesgo. En  esa nefasta noche lograron rescatar a una familia; ante cuyo gesto heroico salió una mujer bañada en lágrimas, temblando de frio y miedo, y quien a modo de  gratificación  les dio sendos abrazos, al tiempo que los comparaba con ángeles guardianes de su familia, y luego con una bendición se despidió de ellos, sin saber que con ese abrazo a Desiderio Ospina, se llevaba el penúltimo abrazo que él recibiría  en su vida.

El patrullero Gerardo Cuao referiría luego, así los hechos: “Con aquel amigo  de trabajo, aquel hombre niño que sin pensarlo dos veces me animaba a seguir ayudando a las personas que nos necesitaban. Caminamos unos pasos hacia una quebrada que corre junto  al barrio El Carmen; la  corriente se veía  crecida pero sin la apariencia de representar mayor riesgo, pero no dejó de inquietarme, sentía que algo no era normal, que algo estaba por fuera de su estado rutinario, deduje que era necesario adentrarnos más en el sector y pedirle a la gente que evacue la zona aledaña al cauce; y de súbito en el preciso instante que nos embarcamos de nuevo en nuestro vehículo policial un tumulto de agua impactó la camioneta y empezó a empujarnos en forma intempestiva, el torrente nos arrastraba con una fuerza descomunal, y sin dar tiempo a ninguna maniobra para evitarlo; estábamos a merced de la furia de la naturaleza.”


“La brutal fuerza del agua descontrolada que venía acompañada de un ruido atronador nos había atrapado dentro del carro y no nos dio tiempo de hacer absolutamente nada. Fue un instante irreal, un instante de  segundos en los cronómetros,  pero de siglos en nuestras vidas.  Fue un instante vital en el cual con Desiderio nos animábamos para darnos una oportunidad en medio de la ferocidad de la naturaleza; Un instante eterno el que nuestras miradas no pudieron conectarse por las violentas sacudidas del carro, pero  la adrenalina de nuestro cuerpo y el espíritu de supervivencia sólo apuntaron a que espontáneamente nos abrazáramos para darnos fortaleza, mientras el ataque de la avalancha nos impactaba con toda su intensidad; el vehículo se convirtió en parte del marasmo de lodo, piedras, agua, y todo aquello que previamente había demolido en su camino de muerte y destrucción. Estábamos dentro del incontrolable torrente, viviéndolo, sufriéndolo, siendo parte del caos. En otro fugaz instante, alcancé a pensar con desespero en cuál sería nuestra oportunidad frente al cataclismo  desatado y solo pude exclamar: ¡Dios mío ayúdanos! , mientras apretaba con todas mis fuerzas a mi compañero de infortunio.”


“Aquel abrazo a mi amigo Desiderio se convirtió en el último de su vida. Vagamente recuerdo que un madero impactó la cabina del vehículo con tal fuerza que la dividió en dos y desde ese momento  perdí contacto con mi compañero que ocupaba el puesto del conductor. Los bruscos movimientos y las vueltas sobre un eje sin punto fijo dejó el vehículo totalmente destruido; las piedras y los objetos golpeaban y dejaban sus marcas en las latas y el chasis. Yo aún abrazaba la esperanza de sobrevivir.”

 “Creo que el carro  hizo un largo recorrido desde el punto donde nos embistió  el  torrente, hasta  el lugar en que finalmente  fue a parar. Quizá cerca de medio kilometro.  Y  de pronto, casi que con la misma rapidez con que empezó a ser arrasado  el vehículo, todo quedó abruptamente quieto. Nuevamente sentí la irrealidad dentro de la realidad: había sobrevivido al embate de una cólera natural irracional, inmisericorde y desmedida.”

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“Agotado, impregnado de barro de pies a cabeza, con frio y encerrado en los latones arrugados del vehículo, y en un estado de estrés extremo le gritaba a mi amigo Desiderio que no me abandonara, que íbamos a salir juntos de la situación en la que estábamos, pero al no recibir respuesta pensé que estaba afuera  inconsciente y entonces entendí con mayor razón que debía afrontar con valentía el tormento  de las heladas aguas y la incertidumbre de no saber el estado de mi compañero de patrullaje. Haciendo uso de mis conocimientos en técnicas de supervivencia, respire profundamente y traté de adoptar una posición más cómoda en el asiento del vehículo para evaluar mi situación; calculé que serían tal vez más de las doce y media de la madrugada y a punto de la hipotermia, comencé a perder la fe, pensé que ya no tenía más opción que resignarme a una suerte fatal, por primera vez asumí la posibilidad de mi muerte y eso me hizo evocar a mi madre, mis hermanos, mis amigos, mi vida; pero sobretodo no dejaba de pensar en mi compañero Desiderio.”

“La lluvia seguía cayendo tenuemente, convirtiendo el frio en un tormento insoportable, tiritando comencé a hacer un chequeo de mi cuerpo en la oscuridad, tenía las piernas separadas y con el muslo izquierdo creí  tocar a Desiderio y nuevamente le dije en voz alta que no me dejase solo, lo animaba a seguir luchando por vivir, mis manos estaban libres y entonces recordé que tenía en mi cintura un radio de comunicaciones, lo tome con ansiedad, estaba empapado y lleno de lodo, pensé casi de inmediato  en descartarlo pues al tratarse de un elemento tecnológico, lo más probable fuera que estuviera averiado, eso me desesperó aún más; ya empezaba a sentir que mi cuerpo se adormecía y un cansancio extraño que me obligaba a no seguir luchando.”

“Sin embargo, decidí intentarlo, encendí el radio y comencé a modular mi voz de auxilio: ¡ De milagro el aparato aún funcionaba ! Tardó un momento eterno hasta que la central de comunicaciones respondió a mi llamado y fue en ese preciso momento que le di rienda suelta a todas mis emociones y lloré, lloré por mi situación, lloré por Desiderio, lloré por sentir el calor humano de mis compañeros. Sentí la ansiedad de la voz del señor Capitán Ocampo que respondía a mi súplica de socorro. Sentí como mi sufrimiento se transmitía por ese aparato de comunicación. Sentí como cada uno de los policías que me escuchaban me animaban a sobrevivir y súbitamente creí que de verdad algún ángel celestial compadecido ante tanto sufrimiento que supuse solo mío, tenía la orden sagrada de  protegerme  y me sentí rodeado de una burbuja celestial que tiempo después otras personas también aseguraron haber experimentado.”

El Capitán Ocampo, policía experimentado y  sobreviviente de circunstancias similares, cerró los ojos y recordando sus vivencias, empuñó sus manos y con voz firme preguntó por el radio de comunicaciones que quien solicitaba ayuda y el patrullero Gerardo Cuao contestó en clave policial que se trataba de él y su compañero Desiderio Ospina. De inmediato el Capitán Ocampo ordenó a sus subalternos que había que ubicarlo y rescatarlo como fuera y al precio que fuese; el capitán se vio reflejado  en Cuao, y recordó como él alguna vez, también estuvo a la merced de la valentía de otros; por eso en una operación diligente y  segura  lograron ubicar a Cuao, casi medio kilómetro distante del punto donde la furia del agua arrasó el vehículo en una  forma tal que parecía imposible que alguien pudiese estar ileso dentro del mismo.

Pero, lo imposible sucedió y entre un montón de hierro y latas retorcidas el patrullero Cuao había sobrevivido. Desesperado por la angustia de una posible  arremetida de una nueva avalancha, Cuao había comenzado a gritar para que sus compañeros lo ubicaran, él sacaba el radio por una grieta del vehículo destruido para que en la negrura de la helada madrugada lo ubicaran, ahora estaba dispuesto a luchar nuevamente por su vida y le decía a Desiderio (aún pensaba que estaba a su lado) que los habían ubicado que todo era cuestión de tiempo.

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Para llegar al lugar donde se encontraba Cuao, tardaron más de media hora, pues tenían que ser muy cuidadosos con cada paso que daban en medio de ese caos que se había formado en la oscuridad; esa circunstancia de cautela permitió que se diera otro milagro, ya que uno de los policías que iba al rescate de Cuao, halló vivo a un niño de de dos años de edad en medio del fango y escombros. El menor fue llevado de urgencia al hospital local. El sufrimiento de Cuao  dentro del automóvil  que fue ubicado en una semi-isla a unos pocos metros del rio Mocoa,  había servido para que sus compañeros salvaran una vida más.

Luego, tras cuatro horas de continuo y arduo trabajo en equipo, el Capitán Ocampo y otros voluntarios  lograron liberar al Patrullero Cuao del cautiverio de las latas nauseabundas de lodo y agua. Con asombro comprobaron que estaba casi ileso, pero aún no muy consciente de la magnitud de los hechos, ya que en medio de su drama, Cuao seguía asegurando que su compañero Desiderio estaba en su puesto de conductor, a lo que sus rescatistas respondían con un silencio doloroso que se mezclaba con la negrura  y el frío  de esa triste madrugada para Mocoa.

Mientras era llevado al centro hospitalario un rescatista de los bomberos voluntarios le decía a Cuao que no se durmiera, temía que algún golpe o la hipotermia afectara su integridad física y mental, le preguntaba por su familia, por su novia, por su mamá, por su profesión a lo cual Cuao respondía en forma acertada y precisa. Cuao no se alcanzó nunca a imaginar que en el hospital se encontraría de frente con una realidad de una tragedia de proporciones dantescas: Vio a tantas personas heridas, niños, niñas, jóvenes, mujeres,  adultos, ancianos, que se negó a ser atendido por dos enfermeras, pues insistió que debían ocuparse de aquellos que a su parecer necesitaban más ayuda. Había tantas lágrimas que fácilmente pudieron inundar nuevamente Mocoa.

El patrullero Cuao anota esto después de su odisea: “Luego  de pasar unos días en mi hogar y llegar nuevamente a Mocoa a pesar de las súplicas de mi madre para que no lo hiciera, cuando relato mí historia aún los más escépticos no se explican cómo logré sobrevivir a pesar de que el vehículo fue arrastrado casi medio kilómetro y quedar  totalmente destruido por el torrente.”

"Por eso sigo apegado a mi creencia de que fue la voluntad de Dios por la cual pude salir ileso; en la negrura de la madrugada, todos estaban cubiertos  de barro como si la naturaleza nos recordara nuestra igualdad y el origen de nuestra existencia a partir de un soplo divino a ese material.  Entonces recuerdo con nostalgia  la frase de mi compañero Desiderio, ya que al enterarme de su deceso comprendí claramente que hablaba en forma clarividente: Él regresaba a las filas celestiales habiendo cumplido a cabalidad con su deber de proteger vidas, incluso  cuando eso representó perder la propia. Cierro mis ojos y al instante rememoró sus palabras: “Aún hay personas que nos necesitan, vamos a tenderles nuestras manos.” 

"A mi no me dejó sus manos,  a mí me dejó un abrazo marcado para el resto de mi vida."

                                                                                                                         (Cuao- 2017)

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Redacción: John Montilla. Licenciado en Lenguas Modernas, 
                                          Esp. Procesos  Lectoescritores.

Recopilación: Jesus Ernesto  Anacona Delgado.  Intendente (Policía Putumayo)

Fotografía 1      : John Montilla
Fotografía 2 y 3: Deiber Trujillo . Subintendente  (Policía Putumayo)

Fotografía 4      :  Caracol.com / Policía del Tolima.

jmontideas.blogspot.com   (Derechos reservados) 

3 comentarios:

  1. Nuestros heroes sin capa. Dios lo tenga en su gloria.

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  2. Mi mas sentido pésame por la muerte de su compañero y también mil agradecimientos por su labor de haber rescatado a las personas esa noche, Dios lo Bendiga y bienvenido a mi pueblo Mocoa que ahora es su pueblo también....gracias por brindar sus vidas por las vidas de la gente de mi región.

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